Los perros de Jorge

Recuerdo el primer día que fui a casa de Jorge. El vivía en una urbanización a las afueras de la ciudad, en una vivienda unifamiliar de dos (¿o tres?) plantas. Al llegar contemplé el edificio y respiré hondo. Tenía el presentimiento de que me adentraba en un nuevo mundo. Dos cuervos cruzaron el cielo en ese momento graznando y agitando sus alas. Busqué el timbre de la puerta exterior entre la maleza durante unos cuarenta y cinco minutos. Me sobresaltaron un par de mapaches que llevaban varios meses atrapados allí. Los liberé y se alejaron dando saltos complacidos por mi buena voluntad.

Jorge no tardó en salir a recibirme. Tras saludarnos durante varios minutos me advirtió de la presencia de su perro "Arqui", encerrado en una jaula justo a la izquierda de la entrada.

-No toques el cristal, no te acerques al cristal, entréguale sólo papel fino, ni plumas, lápices o bolígrafos. Ni grapas o clips en tu cuestionario. Usa la bandeja deslizante, no hagas excepciones. Si intenta pasarte algo no lo aceptes. ¿Entendido?
-Entendido, Jor.
-Te enseñaré por qué exigimos tantas precauciones. La tarde del 8 de julio de 1981 se quejó de un dolor en el pecho y fue llevado al dispensario. Le quitaron el bozal y las correas para hacerle un electrocardiograma. Al acercarse la enfermera, él le hizo esto.

"Arqui" era un simpático perro negro, del tamaño de un caballo pequeño, cuya peculiaridad, que le había hecho muy popular en la zona, era que ladraba al revés. A pesar de que había sido acusado de varios asesinatos, la familia de Jorge lo había acogido con gran cariño, aunque la reciente desaparición de varios bebés en el barrio le habían puesto de nuevo en el punto de mira.

-¡Mira que mono!

"Arqui" ladró y se me despegaron las encías. Reímos y cruzamos el jardín para entrar en su casa.

Era una acogedora casa llena de antiguos recuerdos y detalles de lejanos viajes a través de los cinco continentes. Cuando conseguí encaramarme a la colección de máscaras africanas apiladas en la entrada, pude divisar el pasillo. Con ayuda toqué de nuevo el suelo y descubrí a una entrañable señora mayor que caminaba de espaldas.

-Hola, ¿qué tal?
-Usted morirá en su próximo viaje espacial.

La mujer subió las escaleras, de espaldas. No volví a verla. Jorge me presentó a sus padres, quienes me invitaron a tomar café y un exquisito vino dulce que habían comprado a simpático señor en su último viaje a Jerusalem, que aseguraba era el mismo que tomó Jesucristo en la última cena. Reímos y bebimos.

Entonces Jorge me presentó a sus perros, los otros, los pequeños, los que vivían dentro de casa. Yo pude contar unos dieciseis. Aunque creo que eran menos. Todos eran descendientes de la misma pareja, Samy y Totó. Totó siempre había sido un perro muy activo sexualmente. Todos los días se apareaba con Samy, con todas sus hijas, con todos sus hijos, con sus nietos, con sus bisnietos, con el gato de la vecina y con el cartero en un par de ocasiones.

Digamos que todos ellos eran perros muy fogosos, y tanto se habían mezclado entre sí, que empezaban a darse algunas simpáticas aberraciones genéticas. Lucía había nacido sin globos oculares. Los tenía Bongo, que nació con cuatro. Rizzo tenía dos rabos y Lucky cuatro patas, dos hacia abajo y dos hacia arriba, siendo curioso que las de atrás eran las de delante. Smurfy hablaba un perfecto castellano, aunque era incapaz de pronunciar la palabra "alburquerque". Raspitas era capaz de imitar los sonidos de los demonios de Tasmania y era el gran entretenimiento en fiestas y celebraciones.

Sparky era un curioso caso de nacimiento espontáneo. Se concibió a sí mismo y, aunque no debe de comer pasada la medianoche, es un perro encantador. Tuvo dos cachorros también consigo mismo, Kron, un precioso pastor alemán, y Bala, un elegante ejemplar de nutria, muy cariñosa también, pero que falleció cuando un día se metió en la taza del váter y tiró de la cadena. Me enseñaron fotos de ella y el propio váter que aún conservaban con ella todavía atorada.

Toñi era la más tímida de todos. Su incapacidad para mover cualquier músculo del cuerpo salvo la comisura superior del labio le habían convertido en un atractivo sujetalibros. Pero para que tuviera movilidad, el padre de Jorge, un hombre muy hábil con el bricolaje y las maracas, le había construído una plataforma que ella misma podía controlar manejando un jostick con su labio.

Y a pesar de que han sido denunciados por Sanidad en varias ocasiones, lo que yo percibí en aquella casa es que me encontraba ante una familia feliz y comprometida con el medio ambiente.

Adoro ir a casa de Jorge.

RM.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Mmm vaya,.. el absurdo ha llegado a este blog, vaya salto, de las camelias a esto !
Anónimo ha dicho que…
Es normal que la gente piense que el absurdo ha llegado hasta este blog después de lo que has contado sobre mi familia perruna. Es lo menos que podía pasar.
Tal vez mis perros sean algo extraños según para qué gente, pero al menos tienen sangre por sus venas y no café jamaicano al peso, como los tuyos.
Además, aunque sus nombres puedan parecer extraños (según para que gente), nunca podrán llegar al nivel pijotero de los tuyos: el primero, se llamaba Riquitín-tín-tín y estuvo a punto de llevarse un oscar por papel en una película de su dueño que nunca llegó a estrenarse. Pero lo peor vino con el segundo, Willow, que no solo sabe ladrar perfectamente en 10 idiomas, sino que además posee tres títulos nobiliarios y en vez de hacer caquitas expulsa huevas de esturión que un cuñado de Roque, creo que se llama Eustaquio o algo así, se encarga de embasar y exportar religiosamente cada cierto tiempo a mas de 30 paises. Todo un portento el chuchito...
En fín, que le vamos hacer si crian lo que comen...

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