Un día cualquiera

Si la esperanza de vida media de este país es de unos 80 años (según la UNICEF), más o menos un individuo en circunstancias normales viviría unos 29.220 días. No parecen tantos, ¿verdad? Pues bien, de esos 29.220 días, tal vez, sólo una docena de ellos son los que realmente determinan el curso de la vida de uno, algo así como lo que en cine denominamos "nudos de la trama": el día que decidió abandonar los estudios, o el que pidió la mano de la que ahora es su mujer, o el día en que sonrió a la que ahora es su amante.

Anoché recordé a Oscar. Y recordé el día en el que todo le empezó a ir mal, uno de esos doce días clave.

Oscar era en aquel entonces un chico joven, moreno, de piel fina, blanca y limpia. Siempre fue un chico imaginativo, creativo, con grandes aspiraciones en la vida (se podía ver en sus ojos): montar su propio negocio de compraventa de vehículos.

Era nochevieja, él apenas tenía 19 años, y su novia uno menos. Al salir del local, una de esas macro-discotecas improvisadas ad hoc para la ocasión, frente al parque que rodeaba la gran carpa, se besaron, se recostaron sobre el césped y jugaron durante un rato; incluso ella rompió una de sus medias. El alcohol había hecho efecto en la chica y se sentía algo mareada, de modo que se fue a casa. Oscar la despidió y prometieron llamarse al día siguiente.

Sus padres al verla llegar, bebida, despeinada, con la ropa algo revuelta, con una media rota y con restos de césped por su cuerpo, pensaron que alguien había abusado de ella. ¿Quién? Está claro, Oscar. Ella se acostó y mientras tanto los padres, a los que nunca les había gustado aquel muchacho, urdieron un plan en el salón: su hija había sido violada por Oscar.

Al día siguiente los novios no hablaron; ella no cogió el teléfono ni devolvió las llamadas. Oscar no entendía nada, y no lo hizo hasta que unos días más tarde recibió una notificación del juzgado. Fue llamado a declarar. Se le acusaba de violar a una chica de 18 años la noche de fin de año a la puerta de una discoteca. Recuerdo el titular en la prensa. Y recuerdo la angustia de Oscar cuando pensaba que pronto todo el mundo lo sabría.

El juicio tardó en celebrarse, aproximadamente un año y medio después de lo sucedido. Un año y medio de condena auto-impuesta por el propio Oscar. La voz se corrió y la lacra de "presunto violador" empezó a perseguirle por donde quiera que fuera. Nadie lo dudaba y de la expresión "presunto violador" se pasó a la sencilla y rápida "violador". Si uno te señala por la calle a alguien y te dice: "Comentan que ese violó a su novia", inmediatamente lo crees. Tal vez uno de los gestos más vergonzosos de la raza humana. Creer lo malo y dudar lo bueno. Por que si tal vez te señalo a alguien por la calle y te digo: "Mira, ese hombre será el próximo en poner un pie en la luna", es probable que digas para ti: "Ya será menos". Todos creían que Oscar había violado a su novia. Que no tuviera sentido, que una persona como él fuera incapaz de hacer algo así, daba igual... ¡algo habrá hecho!

Oscar empezó a no salir, a no tener amigos, entre otras cosas, porque nadie quería ser su amigo. Abandonó los estudios para evitar lugares frecuentados por gente joven, gente de su propia edad, que no tenían el menor reparo en lanzarle a la cara todo tipo de calificativos. Abandonó sus planes de montar un negocio. Oscar pasaba los días vagando por las calles, tranquilo de que nadie le reconociera.

En alguna ocasión, encontrándose efímeramente en el pasillo del Juzgado, pudo cruzar una mirada con la que un día fue su novia. Oscar le cuestionaba con su mirada: "Pero ¿por qué?" Ella se la devolvía: "No lo sé".

Una fuerte misoginia se apoderó de él. Oscar empezó a odiar a las mujeres. De hecho empezó a frecuentrar locales de ambiente gay por las noches y llegó a tener alguna experiencia homosexual con hombres mayores y casados. El chico joven, guapo y de piel blanca no tenía problemas para encontrar consuelo en hombres mayores que veían en él una especie de animalillo asustado, que corría a sus brazos para sentirse protegido. Me pregunto si llegó a ser feliz en alguna de esas ocasiones. Y me pregunto si ellos creerían a Oscar.

Durante aquel año y medio, Oscar repasaba una y otra vez lo que sucedió esa noche de fin de año, aquellos minutos jugando sobre el césped, aquella media rota. Y una y otra vez se maldecía por no haber ido antes a casa, por haber salido tan pronto del local, por no haberse pedido una copa más, o por no haberse pedido una menos. Por no haber dicho que no a aquella fiesta a la que no quería ir. Por haber jugado a tener novia, porque en realidad todo aquello no había sido más que un juego.

La sonrisa volvió al rostro de Oscar cuando se celebró el juicio. Estaba claro y así lo dijo el juez: Oscar no había violado a aquella chica. No había ni una sola prueba. Y atrapada por su propia mentira ella rompió a llorar frente al magistrado admitiendo que no había sucedido nada aquella noche. Oscar volvió a respirar tranquilo. Fotocopió la sentencia que le exculpaba de los cargos que habían pesado sobre él durante aquel tiempo. La llevaba siempre en el bolsillo. Si alguien le preguntaba o le acusaba, Oscar sacaba su fotocopia, doblada en cuatro partes y la mostraba.

Pero una fría mañana de invierno, unas semanas después del juicio, a Oscar se le borró la sonrisa de su rostro. Se le borró y se ahorcó. Aquello no trascendió a la prensa, como había sucedido una año y medio antes.

Quiero pensar en todos aquellos que alguna vez le acusaron. Quiero pensar que cuando esa noche se metieron en sus camas y cerraron los ojos para decir adiós a otro día, no pudieron dormir. Quiero pensar que Oscar les había demostrado que no eran tan buenas personas como ellos pensaban.

Y quiero pensar que el día que marcó la vida de Oscar, también había marcado a fuego la de aquellos padres que urdieron un plan en el salón y el de una chica que no supo reaccionar a tiempo y tener la valentía de no jugar al juego más sucio de todos los juegos.

Y hoy recuerdo a Oscar y lo recuerdo con su honesta sonrisa, vestido de smoking, en aquella fiesta de fin de año, mirándome, y brindando a lo lejos por una vida mejor.

RM

Comentarios

Kairos ha dicho que…
Precioso y tristísimo relato. ¿Quién no ha juzgado alguna vez a alguien sin tener prueba alguna?

Me ha hecho pensar en las innumerables veces en que nos cruzamos con un Oscar y vemos en él a un violador. Ojalá las cosas fuesen distintas pero, me temo que por mucho que nos lo propongamos, seguiremos siendo así de mezquinos.

Saliéndome un poco del tema, me pregunto cuantos que realmente cometen un crimen y no son condenados se amparan en la imperfecta justicia para que no se les tache de criminales.

No creo que la sociedad sea culpable, o al menos no íntegramente. En mi opinión la máxima responsable de una injusticia así es la chica. Lo más triste es que el mundo está lleno de esas chicas que no tienen valor para levantar la voz y contar la verdad.
Anónimo ha dicho que…
A veces hay gente en la sociedad qué está mal de la cabeza. No es Oscar, evidentemente, ni tampoco diría que la chica, más bien unos padres sobreprotectores y muchas veces sobreinformados que sacan conclusiones precipatadas antes de tiempo.

La sociedad, por supuesto, es en parte culpable también por juzgar sin conocer, o conocer mal que viene a ser lo mismo, y no hay que irse a relatos de ficción para ver casos así ¿Quién no recuerda a Loli Álvarez? La "asesina" Rocio Vaninkov. Todo el mundo estaba seguro de que era culpable, fue a la carcel y además tenía cara de mala.

Desgraciadamente la sociedad no cambiará nunca, es intrínseco a ella prejuzgar y emitir veredictos por seguir al rebaño.
Anónimo ha dicho que…
Lo más triste de este relato es que sea verdad. Más allá de lo que es justo, está el mismo derecho a la vida. Algo que le robaron a tu amigo.

Por desgracia, esto ocurre todos los días en todas partes. Por eso es importante tenerlo siempre en mente para no ser parte de un jurado ignorante, estúpido y cruel; condenando a otros sin juicio alguno.

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