Tu nombre por delante

En Magnolia (Anderson, 1999), cuando Linda Partridge estalla en la farmacia se produce una convulsión en el tejido afectivo y emocional del espectador.

El joven farmacéutico termina de preparar el encargo.
-Son cosas muy, muy fuertes, sí. ¿Qué le pasa exactamente para necesitar todo esto?
-Hijo de puta-, exclamó Linda.
-¿Qué?
-Hijo de puta. ¡Puto, puto gilipollas! ¿Quién coño se cree que es? Entro aquí, usted no me conoce, no sabe quién soy ni cómo es mi vida y ¿tiene los huevos y desvergüenza de hacerme preguntas sobre mi vida?
Un viejo farmacéutico se asoma al mostrador alarmado por los gritos.
-Señora...
-A la mierda usted también... ¡No me llame señora! ¡Vengo aquí, les doy las recetas, las comprueban, hacen sus llamadas, sospechan, me hacen preguntas! ¡Estoy enferma! ¡La enfermedad me rodea! ¿Y ustedes me preguntan por mi vida? ¿Qué es lo que pasa? ¿Han visto la muerte en su cama? ¿En su casa? ¿Es que no tienen vergüenza? Y ustedes me hacen estas putas preguntas... ¡¿Qué pasa?! ¡Chúpenme la polla! ¡Eso es lo que pasa! ¿Y usted me llama señora? ¡Joder! ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza los dos!

Hoy leyendo el blog de un amigo, esta escena vino a mi cabeza. ¿Seré yo capaz alguna vez de estallar como lo hizo Linda en la farmacia?

No suelo dejarme llevar por la ira. Pero hace poco tuve indicios de ella. Había olvidado por segunda vez en la misma semana las llaves de casa colgadas de la portezuela del buzón, de modo que me resultaba imposible entrar en el edificio. ¿El problema? Que la primera vez sucedió a las 2 de la madrugada y llamé a unos vecinos, abochornado; la segunda, que alguien debió de cogerlas y yo pensé que las había perdido y que volvían a ser las de 2 de la madrugada.

Y por si fuera poco, esta segunda vez me acompañaba un amigo que se quedaba a dormir esa noche en mi casa.

Recordé que la empresa de seguridad que me instaló la alarma tenía una copia de las llaves. De modo que les llamé.

-¿Dígame?
Sólo con oír esto ya sabía que se trataba de una chica de unos 25 años, soltera, novata en la atención al público por teléfono y que había cogido ese trabajo nocturno para sacarse un dinerillo extra.
-Hola... buenas noches... verá... me he dejado las llaves en casa y no tengo manera de entrar. Si no recuerdo mal, ustedes tienen llaves de mi casa.
-Espérese un momento, por favor.
Espero.
-¿Oiga?
-Sí, dígame.
-Sí, bien, nosotros tenemos copia de las llaves, pero usted no tiene contratado el servicio para que vayamos a abrirle.
-Vaya...
Tenía que conseguirlo.
-¿Y no puede usted darme de alta en el servicio?
-No, no puedo. Tengo que mandarle un comercial.
-Está bien, mándame un comercial.
-¡Son las dos de la madrugada!
-Bueno, pues deme de alta y mañana mándeme un comercial.
-Señor, señor... no siga. No lo intente... no hay nada que hacer.
Estaba a punto de estallar, como Linda...
-Mire, señorita, ¿cómo se llama?
-Sonia.
-Sonia ¿qué más?
-Sonia Martínez.
-Sonia Martínez, escucha bien lo que voy a decir: si tengo que dormir esta noche en la calle, sabiendo además que vosotros tenéis copia de las llaves, mañana mismo me doy de baja de todos los servicios, pero, eso sí, ¡tu nombre me lo llevo por delante!
Mi amigo estalló en risas en ese momento y casi me la contagia a mí.
-Señor... yo... espérese un momento.
Entra la musiquita de espera. Empezamos a reirnos cuando mi amigo me preguntó que qué significaba eso de llevarme su nombre por delante... ¿que se lo iba a tener que cambiar? ¿por Margarita o Mari Carmen? Yo quise decir algo así como que arremetería contra ella, pero me salió eso: me llevaré tu nombre por delante.

-¿Oiga señor?
-Sí, dime Sonia.
-No puedo hacer nada, en serio, el vigilante está haciendo un servicio extraordinario y no puede ir.
Supe en ese momento que debía de cambiar el tono. Tal vez la amenaza del principo había valido para que Sonia lo volviese a intentar, pero una vuelta de tuerca más podría hacer que mi objetivo se cumpliera.
-Sonia, Sonia... esto es extraordinario también. Y quiero que sepas una cosa... -era el momento de usar la maña frente a la fuerza bruta-, no quiero dormir esta noche aquí, en la calle, solo... porque yo vivo solo en una ciudad donde no conozco a nadie, y en tu mano está que yo tenga que pasar por ahí. Es tan fácil, Sonia, y todo está en tu mano, sólo un pequeño gesto, un pequeño esfuerzo y habrás hecho feliz a alguien. Sonia, solo te pido que lo intentes para que te demuestres a ti misma que tú también eres una buena persona. Por favor Sonia, inténtalo.

Y Sonia lo intentó. Lo intentó y lo consiguió. Media hora después llegó un vigilante con una copia de las llaves y abrió la puerta de casa. Y ahora escribiré una nota de agradecimiento a la empresa de vigilancia resaltando la noble labor de la gran Sonia Martínez a la que desde aquí le doy las gracias una vez más.

No sé si la ira puede servir para algo en algún momento concreto. Lo que sí sé es que ver muchas películas me ha sacado de más de un lío.

RM

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
jajajajajajajjaa

Parece sacado de una película. Siempre me han encantado las telefonistas, cada una tiene su personalidad y algunas, como la propia Sonia, son capaces de hacerla mutar a voluntad, ¿pero que seria de nuestra vida sin ellas?

Bueno de tu vida esta bien claro, hoy estarias durmiendo en un banco XDDD

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