Fedro

Hoy alguien me hizo recordar mis historias de amor. No son muchas, pero sí intensas. Las ha habido con final feliz, con final trágico, con final abierto, con final cerrado, incluso sin final. Las ha habido memorables y las ha habido ridículas. Pero siempre pienso que la mejor está aún por llegar. Siempre pienso eso. Cuando una historia acaba es porque otra mejor está por venir. Si no pensara así, ¿para qué seguir viviendo? Me basta con que sólo sea un 5% más intensa, más valiosa, más memorable... je, ¡un 5% más memorable! Eso tiene gracia. ¡Sólo busco un 5% más de amor, para que merezca la pena!

Me he metido en la cama y me he puesto a divagar sobre todo esto. Y como me gusta torturarme dialécticamente conmigo mismo, me he realizado la mística pregunta de: ¿Qué es el amor?

El amor es..., el amor es... Melvin Udall en "Mejor... Imposible" (Brooks, 1997) nos lo hubiese desvelado de no haber sido interrumpido por su vecino, Simon Bishop, cuando éste descubre que su perro Verdell ha sido hallado en el conducto de la basura.

Me he tenido que levantar para escribir estas líneas.

Primer paso, la RAE. Según la Ilustre Academia es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.

Leo la definición con detenimiento. La leo y la releo, y hay algo que no deja de atraer mi atención y es: "partiendo de su propia insuficiencia". Esto es, el ser humano, el ser humano que ama, es un ser insuficiente. ¿Y de qué carece? ¿Qué necesita para ser pleno, para ser suficiente?

La respuesta: ¿otro ser?

Por un momento recuerdo las referencias platónicas al amor. Así se expresaba el filósofo griego en el Fedro o del amor:


Porque no puede estar en los decretos del destino, que se amen dos hombres malos, ni que dos hombres de bien no puedan amarse. Cuando la persona amada ha acogido al que ama y ha gozado de la dulzura de su conversación y de su sociedad, se ve como arrastrado por esta pasión, y comprende que la afección de todos sus amigos y de todos sus parientes no es nada, cotejada con la que le inspira su amante.

Cuando han mantenido esta relación por algún tiempo y se han visto y han estado en contacto en los gimnasios o en otros puntos, la corriente de estas emanaciones que Zeus, enamorado de Ganímedes, llamó deseo, se dirige a oleadas hacia el amante, entra en su interior en parte, y cuando ha penetrado así, lo demás se manifiesta al exterior; y, como el aire o un sonido reflejado por un cuerpo liso o sólido, las emanaciones de la belleza vuelven al alma del bello joven por el canal de los ojos, y abriendo a las alas todas sus salidas las nutren y las desprenden y llenan de amor el alma de la persona amada.

Ama, pues, pero no sabe qué; no comprende lo que experimenta, ni tampoco podría decirlo; se parece al hombre que por haber contemplado por mucho tiempo en otros ojos enfermos, sintiese que su vista se oscurecía; no conoce la causa de su turbación, y no se apercibe de que se ve en su amante como en un espejo.

Cuando está en su presencia, siente en sí mismo que se aplacan sus dolores; cuando ausente, le echa de menos cuanto puede echarse; y siente una afección que es como la imagen del amor, y a la cual no da el nombre de amor sino que la llama amistad. Sin embargo, desea como su amante, aunque con menos ardor, verle, tocarle, abrazarle y participar de su lecho, y sin duda no tardará en satisfacer este deseo.

Mientras duermen en un mismo lecho, al corcel indócil le ocurre mucho que decir al cochero, y por premio de tantos sufrimientos pide un instante de placer. El corcel del joven amado no tiene nada que decir, pero experimentando algo que no comprende, estrecha a su amante entre sus brazos, y le prodiga los más expresivos besos, y mientras permanezcan tan inmediatos el uno al otro, no tendrá fuerza para rehusar los favores que su amante exija.


Recapitulemos entonces. Amamos por puro egoísmo. Necesitamos amar porque necesitamos ser amados. Y no amamos realmente a la otra persona, sino al retorno que, de nuestros propios sentimientos, rebota en el amado. Una especie de feedback de nosotros mismos. Pero para obtener ese retorno debemos mostrar previamente al amado nuestra propia autoinsuficiencia, debemos "humillarnos" ante él, si se me permite la expresión ("no tendrá fuerza para rehusar los favores que su amante exija").

Por tanto, el amor es entonces humillante y necesario. Humillante, pero necesario. Necesario, pero humillante. No sé cual de ellas es la expresión correcta.

¡Qué extraña conclusión! Volveré a la cama. Esto se merece más reflexiones.

RM

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Mmm se te olvida una característica del amor: el amor es irracional.

Y puestos a seguir con citas, como dijo Jacinto Benavente:

"El amor es como Don Quijote, cuando recobra el juicio es que está para morir."

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