De museos y artículos de baño

Llego a casa de mis padres, aquí, en el Sur. Decido que es un gran momento para escribir unas líneas, así que me voy al salón donde está Internet. ¿Y qué me encuentro? Algo parecido a una biblioteca pública. Las tres mesas están ocupadas por libros de Filosofía, de Ciencias Naturales, de Matemáticas y un extraño Manual de Mecánica II (ignoro quién en mi casa está interesado por la mecánica, pero desde luego lo investigaré... ¡ya va por el segundo tomo!). La gente debe estar durmiendo la siesta, preparándose para la sesión de estudio de tarde.

Abro al azar el libro de Filosofía, siento curiosidad por ver cómo se enseña hoy lo que yo estudié hace 12 años (oh, cielos).
En mitad de un viaje, nos sorprende muchas veces la belleza de un paisaje, sea cual sea la disposición de ánimo en la que nos encontremos. El visitante del museo va fundamentalmente a gozar con la belleza, no a envidiar a los artistas que pintaron los cuadros, ni a levantar el ánimo decaído, ni a informarse sobre la mitología.
Hace mucho que no piso un museo. Mal hecho. Es de esas muchas cosas que no apetece hacer solo (y probablemente, sea la mejor manera de hacerlo), como ir al cine, al gimnasio o al teatro, y que siempre acabo relegando para no sé cuándo y el momento para hacerlo nunca acaba por llegar , y acabo por ir la mitad de la mitad de veces que me gustaría. Así que apunto a mi lista de "Cosas a hacer": Ir a museos. Reflexiono. Tacho la última "s". Ir a museo. Me avergüenza el tachón y empiezo a escribir una "s" encima del tachón. Como no se ve lo suficiente, convierto el tachón-s en una enorme "S". Es una "S" un tanto descomunal y apocalíptica. Parece ahora que no voy a dejar museo por ver en toda la ciudad.

La última vez que fui a un museo fue hace 6 meses. Bueno, no era exáctamente un museo, sino una exposición. Se trataba de "Faraón", la colección de piezas egipcias que la Fundación del Canal de Isabel II tiene en Madrid desde entonces, prestadas amablemente por el Museo de El Cairo. El arte egipcio es fascinante, sin duda, pero no sé qué me pasó aquel día, que aquellos fastuosos y pétreos bustos, aquellos lujosos colgantes o enigmáticos jeroglíficos, ni siquiera la (deslumbrantemente) bien conservada cama de Tutankhamón, consiguieron remover las fibras sensibles que se supone tenían que haber sido removidas. Tal vez porque no sea un arte para "sentir", sino un arte para "conocer".

Salí de allí tal y cómo había entrado.

Por cierto, recuerdo que intenté mandar un mensaje con el móvil justo cuando estaba viendo los utensilios de baño de Amenofis IV, y una chica de la organización, creyendo que usaba mi móvil no cómo móvil sino como cámara, vino a decirme que no se podían hacer fotos. Me arruinó el mensaje, ya no pude concentrarme. Y es que no me gusta que me llamen la atención. Además, entre nosotros, ¿quién quiere una fotografía de los artículos de aseo de Amenofis IV?

RM.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que casualidad hace una semana me pasaba por el museo de bellas artes y allí había una miexposición sobre arte egipcio (nada que ver, supongo con la que fuiste a ver tu) y allí las fotos estaban permitidas, pero sin flash.

Lo único malo que tienen los museos son los vigilantes que te persiguen, te miran de reojo y con mala cara como si fueras a salir corriendo con las meninas bajo el brazo... aunque en vista de lo que le pasó al Grito de Munch... tampoco es tan improbable, ¿cierto?

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